450 aniversario de la Ciudad de Mérida de Yucatán |
Publicado por el Diario de Yucatán, Mérida, el 8 de enero de 1992.
I Ichcaanzihó la antigua, que se pierde en la historia; tan sólo tradiciones recuerdan su memoria de población ilustre, con grandes monumentos, cincelados en piedra con fina arquitectura; prueba fiel del progreso, poderío y cultura.
Y tras su decadencia en combates muy cruentos entierra su grandeza entre hojarasca y selva; sólo sus magníficos solares los conserva, para pie veterano de una nueva entidad.
Con doscientas cabañas de palo, paja y barro y unis mil habitantes, que con gesto bizarro, con esfuerzo y trabajo forman una hermandad, nombrada T'hó, tranquilo remanso de ilusiones que ve pasar el tiempo sin grandes emociones.
Hasta que un día, aguerridos soldados españoles, al mando de Francisco de Montejo El Mozo, se adueñan de la plaza, sin recato ni esbozo.
Ahí fortificados, después de varios soles reciben la consigna, que por Cédula Real se funde en este sitio, la nueva capital.
II La capital egregia, de la Gran Capitanía que el padre de Montejo a su cargo tenía, y con raros fonemas, llamaban Yucatán.
Y al pie de enorme cerro, donde El Mozo vivía después de los festejos, de aquella Epifanía para gloria de España y del Gran Capitán: Tal vez por compararte con la Emérita hispana o quizá por nostalgia del legano Gaudiana, te da nombre Mérida y el rango de de ciudad.
Y usando sus poderes de Justicia Mayor al Cabildo te entrega como Repartidor, Capitán de Avanzada, y única Autoridad.
A una Virgen Cristiana encomienda tu sino, mientras Rodrigo Álvarez redacta un pergamino nombrando como alcaldes, con rango y distinción a Don Gaspar Pacheco y Alonso de Reynoso; a Cristóbal de San Martín, militar cauteloso nombra alguacil y jefe de aquella Guarnición, y dos regidores con gran reconocimiento para trazar las calles de aquel asentamiento.
III Y surges ciudad mía, dinámica y pujante siguiendo los diseños de un hábil dibujante que forma, cual tableros, tus calles ordenadas para hacer que los vientos de las costas cercanas, refrescasen un poco tus cálidas mañanas.
Bajan de los cerros piedra de albarradas, que van delimitando ejidos y arrabales, con pozos suficientes y árboles frutales.
Y en la inmediaciones de tu Plaza Mayor construyen los vecinos sus casas solariegas con patios interiores, fachadas palaciegas y grandes soportales que atenúan el calor.
Pronto se levantan también Casas Reales: Ayuntamiento, Alhóndiga, palacios y portales; iglesias y capillas y tu gran Catedral.
Y al terminar sus luchas el bravo Adelantado construye su vivienda en sitio reservado, por Francisco, su hijo, en un lugar ideal.
Y con losas talladas, aquel sobrio edificio levanta con orgullo su enorme frontispicio.
IV La Casa de Montejo es una filigrana no hay parangón con ella en tierra mexicana por ser nuestra obra cumbre del arte plateresco.
Destacan en su pórtico, un par de alabarderos acaso del Caudillo sus soldados postreros, que apacibles reposan su cuerpo gigantesco sobres testas vencidas de valientes guerreros que estoicos permanecen mostrando rostros fieros.
Sobre el dintel se yergue enorme pruema armaria bajo un yelmo castrense con águila cimera y un campo con cuarteles, que indica a su manera alianzas familiares de estirpe nobiliaria.
Su lambrequín con ramas, conchas y caracoles recuerda la fachada de templos españoles.
Y en frisos, capiteles, trabes y basamentos decenas de cabezas con distinta facciones evocando victorias, fracasos y ambiciones.
Lástima que estas piedras, donde hay tantos portentos se arrancaron de cuajo de templos seculares de la cósmica raza, que habitaba estos lares.
V Al paso de los años, tu imagen fue creciendo continuando tus rúas, sus brazos extendiendo.
Y surge San Cristóbal, tu barrio del Oriente; hacia el Norte florecen Santa Lucía y Santa Ana.
Al Sur San Sebastián, tu barriada lejana; Santa Catarina y Santiago en el Poniente.
Se construyen tus arcos y grandes ciudadelas, y te llenas de parque y artísticas plazuelas con sobria arquitectura de estilo colonial.
Cruces del Dios Cristiano se ven por todas partes; los ídolos se cambian por santos y estandartes y el aroma de incienso substituye al copal.
En mágica simbiosis, la lengua castellana va adquiriendo del maya, nueva forma galana con nun ritmo más lento, y agradable al oído.
Y todo va cambiando a la par que el lenguaje al conjuro sublime de aquel gran mestizaje: Religión, pensamiento, costumbres y vestido.
Los rústicos sayales en hipiles se tornan, y los hombres su atuendo con decoro transforman.
VI La comunidad entera, al trabajo se entrega como enorme colmena en incesante brega.
Uno con sus oficios en núcleos familiares, otros aprovechando las tierras de labranza, y criollos visionarios con fe y con esperanza dan inicio a tu industria en rústicos telares.
Vienen y van carretas, por todos tus caminos y comienza el comercio, con tus pueblos vecinos que se va prolongando, cada vez más distante; primero hacia la costa con rumbo a Mediodía, después hasta Campeche que te pertenecía y al fin hasta Zaci, gran ciudad del Levante.
En esta fragua ardiente se va feliz forjando una férrea estructura que va fortificando tu imagen citadina en una forma tal, que Felipe Tercero te da en premio un blasón, con un regio castillo y un rampante león, otorgándores el título de “Muy Noble y Muy Leal”.
Epígrafe acertado, que aquel monarca ibero te diera como albricias al nacer su heredero.
VII Pero el tiempo que todo lo somete a su norma, cada día que pasa va cambiando tu forma.
Y nuevos barrios preñan tu impar fisonomía; se abren grandes comercios y enomes factorías que propician el auge que tú te merecías.
Y un grupo de empresarios con fe y con valentía, inician visionarios la tarea colosal de enviar a todo el mundo tu fibra de sisal.
Y en un emporio tornan tu agrícola labor; se transforman tus milpas y tus algodonales en grandes extensiones llenas de henequenales, y se llena de haciendas, todo tu alderredor, con grandes maquinarias, plataformas y rieles y casas principales con prósperos vergeles.
Y entre tanta abundancia sólo hubo un error; olvidar que en las luchas por nuestra independencia se abolió para siempre la esclava dependencia; y al no darle a los indios una vida mejor, desde lejanas tierras llega violenta acción y se oye en todo el campo la voz: Revolución.
VIII Por todos tus rincones, mi Mérida querida, se han venido quedando recuerdos de tu vida, de luchas intestinas, motines y sonadas.
Hablar sería prolijo de tus ilustres hombres, no cabría en mil versos la lista de sus nombres ni el de tantas mujeres, que en cívicas jornadas fueron configurando tu imagen y tu esencia.
De arquietectos y obreros que te dieron presencia.
Literatos, poetas y amantes trovadores que han hecho de tu nombre vibrante apología en prosas, en canciones y en rítmica poesía; no alcanzan en mis rimas tampoco los colores de todas las bellezas que encierra tu paisaje, y todas las grandezas que te dio el mestizaje.
No puedo tan siquiera relatar tus costumbres, tus actos religiosos en fechas cuaresmales, tus ferias y tus fiestas, tus gratos carnavales; tus pájaros, tus flores, tus frutas y legumbres; tus ricos antojitos y especias necesarias que han hecho tan famosa tus artes culinarias.
IX Cómo me gustaría reseñar tus esquinas cuyos nombres recuerdan consejas citadinas, hablar de tus suburbios y de tus arrabales.
De tus bellas mujeres de místicas sonrisas, de los ternos bordados que portan tus mestizas.
De tus viejos pregones, de tus “bombas” geniales.
Describir lo imponente de tus frescos cenotes, lo hermoso de tus casas con balcón de barrotes, tus coches de calesa de confección austera, tus casitas de paja rodeadas de macetas, tus típicas bateas, tus famosas veletas, tus familias reunidas por la tarde en la acera, tus aljibes, tinajas y tus aguamaniles, y tus patios tan llenos de rosas y xaíles, de las grandes casonas que hay en tus barrios viejos, que ahuecan sus paredes con nichos y hornacinas, con sus cuartos tan grandes y sus pulcras cocinas con pisos de ladrillos que brillan como espejos, y tranquilas estancias donde sutil descansa la curva de los sueños de tu cómoda hamaca.
X Cuatro siglos y medio cumples en este día y para tal jubileo tan lleno de alegría mi deseo es que sigas cumpliendo muchos más.
Que el paso de los años no empañe tu hermosura, que el progreso no manche tu blanca vestidura y que tus atributos no los pierdas jamás.
Que el reloj se detenga en tu histórico centro y que tus habitantes sigan siendo por dentro siempre nobles y leales, como tu lema reza; siempre unidos sorteando penas y adversidad para hacer de tu nombre signo fiel de hermandad, amistad y concordia; paz, amor y entereza.
Y eso es todo. Mas quiero ciudad de mi nacencia pedirte que recibas al fin de mi existencia mi cuerpo en las entrañas de tu tierra sagrada para quedar por siempre feliz en tus adentros donde guardas los restos de todos mis ancestros.
Y si un día en mi tumba, ya triste y olvidada ves brotar el milagro, de una fragante flor, recíbela cual prueba postrera de mi amor.
Y al pie de enorme cerro, donde El Mozo vivía después de los festejos, de aquella Epifanía para gloria de España y del Gran Capitán: Tal vez por compararte con la Emérita hispana o quizá por nostalgia del legano Gaudiana, te da nombre Mérida y el rango de de ciudad.
Y usando sus poderes de Justicia Mayor al Cabildo te entrega como Repartidor, Capitán de Avanzada, y única Autoridad.
A una Virgen Cristiana encomienda tu sino, mientras Rodrigo Álvarez redacta un pergamino nombrando como alcaldes, con rango y distinción a Don Gaspar Pacheco y Alonso de Reynoso; a Cristóbal de San Martín, militar cauteloso nombra alguacil y jefe de aquella Guarnición, y dos regidores con gran reconocimiento para trazar las calles de aquel asentamiento.
III Y surges ciudad mía, dinámica y pujante siguiendo los diseños de un hábil dibujante que forma, cual tableros, tus calles ordenadas para hacer que los vientos de las costas cercanas, refrescasen un poco tus cálidas mañanas.
Bajan de los cerros piedra de albarradas, que van delimitando ejidos y arrabales, con pozos suficientes y árboles frutales.
Y en la inmediaciones de tu Plaza Mayor construyen los vecinos sus casas solariegas con patios interiores, fachadas palaciegas y grandes soportales que atenúan el calor.
Pronto se levantan también Casas Reales: Ayuntamiento, Alhóndiga, palacios y portales; iglesias y capillas y tu gran Catedral.
Y al terminar sus luchas el bravo Adelantado construye su vivienda en sitio reservado, por Francisco, su hijo, en un lugar ideal.
Y con losas talladas, aquel sobrio edificio levanta con orgullo su enorme frontispicio.
IV La Casa de Montejo es una filigrana no hay parangón con ella en tierra mexicana por ser nuestra obra cumbre del arte plateresco.
Destacan en su pórtico, un par de alabarderos acaso del Caudillo sus soldados postreros, que apacibles reposan su cuerpo gigantesco sobres testas vencidas de valientes guerreros que estoicos permanecen mostrando rostros fieros.
Sobre el dintel se yergue enorme pruema armaria bajo un yelmo castrense con águila cimera y un campo con cuarteles, que indica a su manera alianzas familiares de estirpe nobiliaria.
Su lambrequín con ramas, conchas y caracoles recuerda la fachada de templos españoles.
Y en frisos, capiteles, trabes y basamentos decenas de cabezas con distinta facciones evocando victorias, fracasos y ambiciones.
Lástima que estas piedras, donde hay tantos portentos se arrancaron de cuajo de templos seculares de la cósmica raza, que habitaba estos lares.
V Al paso de los años, tu imagen fue creciendo continuando tus rúas, sus brazos extendiendo.
Y surge San Cristóbal, tu barrio del Oriente; hacia el Norte florecen Santa Lucía y Santa Ana.
Al Sur San Sebastián, tu barriada lejana; Santa Catarina y Santiago en el Poniente.
Se construyen tus arcos y grandes ciudadelas, y te llenas de parque y artísticas plazuelas con sobria arquitectura de estilo colonial.
Cruces del Dios Cristiano se ven por todas partes; los ídolos se cambian por santos y estandartes y el aroma de incienso substituye al copal.
En mágica simbiosis, la lengua castellana va adquiriendo del maya, nueva forma galana con nun ritmo más lento, y agradable al oído.
Y todo va cambiando a la par que el lenguaje al conjuro sublime de aquel gran mestizaje: Religión, pensamiento, costumbres y vestido.
Los rústicos sayales en hipiles se tornan, y los hombres su atuendo con decoro transforman.
VI La comunidad entera, al trabajo se entrega como enorme colmena en incesante brega.
Uno con sus oficios en núcleos familiares, otros aprovechando las tierras de labranza, y criollos visionarios con fe y con esperanza dan inicio a tu industria en rústicos telares.
Vienen y van carretas, por todos tus caminos y comienza el comercio, con tus pueblos vecinos que se va prolongando, cada vez más distante; primero hacia la costa con rumbo a Mediodía, después hasta Campeche que te pertenecía y al fin hasta Zaci, gran ciudad del Levante.
En esta fragua ardiente se va feliz forjando una férrea estructura que va fortificando tu imagen citadina en una forma tal, que Felipe Tercero te da en premio un blasón, con un regio castillo y un rampante león, otorgándores el título de “Muy Noble y Muy Leal”.
Epígrafe acertado, que aquel monarca ibero te diera como albricias al nacer su heredero.
VII Pero el tiempo que todo lo somete a su norma, cada día que pasa va cambiando tu forma.
Y nuevos barrios preñan tu impar fisonomía; se abren grandes comercios y enomes factorías que propician el auge que tú te merecías.
Y un grupo de empresarios con fe y con valentía, inician visionarios la tarea colosal de enviar a todo el mundo tu fibra de sisal.
Y en un emporio tornan tu agrícola labor; se transforman tus milpas y tus algodonales en grandes extensiones llenas de henequenales, y se llena de haciendas, todo tu alderredor, con grandes maquinarias, plataformas y rieles y casas principales con prósperos vergeles.
Y entre tanta abundancia sólo hubo un error; olvidar que en las luchas por nuestra independencia se abolió para siempre la esclava dependencia; y al no darle a los indios una vida mejor, desde lejanas tierras llega violenta acción y se oye en todo el campo la voz: Revolución.
VIII Por todos tus rincones, mi Mérida querida, se han venido quedando recuerdos de tu vida, de luchas intestinas, motines y sonadas.
Hablar sería prolijo de tus ilustres hombres, no cabría en mil versos la lista de sus nombres ni el de tantas mujeres, que en cívicas jornadas fueron configurando tu imagen y tu esencia.
De arquietectos y obreros que te dieron presencia.
Literatos, poetas y amantes trovadores que han hecho de tu nombre vibrante apología en prosas, en canciones y en rítmica poesía; no alcanzan en mis rimas tampoco los colores de todas las bellezas que encierra tu paisaje, y todas las grandezas que te dio el mestizaje.
No puedo tan siquiera relatar tus costumbres, tus actos religiosos en fechas cuaresmales, tus ferias y tus fiestas, tus gratos carnavales; tus pájaros, tus flores, tus frutas y legumbres; tus ricos antojitos y especias necesarias que han hecho tan famosa tus artes culinarias.
IX Cómo me gustaría reseñar tus esquinas cuyos nombres recuerdan consejas citadinas, hablar de tus suburbios y de tus arrabales.
De tus bellas mujeres de místicas sonrisas, de los ternos bordados que portan tus mestizas.
De tus viejos pregones, de tus “bombas” geniales.
Describir lo imponente de tus frescos cenotes, lo hermoso de tus casas con balcón de barrotes, tus coches de calesa de confección austera, tus casitas de paja rodeadas de macetas, tus típicas bateas, tus famosas veletas, tus familias reunidas por la tarde en la acera, tus aljibes, tinajas y tus aguamaniles, y tus patios tan llenos de rosas y xaíles, de las grandes casonas que hay en tus barrios viejos, que ahuecan sus paredes con nichos y hornacinas, con sus cuartos tan grandes y sus pulcras cocinas con pisos de ladrillos que brillan como espejos, y tranquilas estancias donde sutil descansa la curva de los sueños de tu cómoda hamaca.
X Cuatro siglos y medio cumples en este día y para tal jubileo tan lleno de alegría mi deseo es que sigas cumpliendo muchos más.
Que el paso de los años no empañe tu hermosura, que el progreso no manche tu blanca vestidura y que tus atributos no los pierdas jamás.
Que el reloj se detenga en tu histórico centro y que tus habitantes sigan siendo por dentro siempre nobles y leales, como tu lema reza; siempre unidos sorteando penas y adversidad para hacer de tu nombre signo fiel de hermandad, amistad y concordia; paz, amor y entereza.
Y eso es todo. Mas quiero ciudad de mi nacencia pedirte que recibas al fin de mi existencia mi cuerpo en las entrañas de tu tierra sagrada para quedar por siempre feliz en tus adentros donde guardas los restos de todos mis ancestros.
Y si un día en mi tumba, ya triste y olvidada ves brotar el milagro, de una fragante flor, recíbela cual prueba postrera de mi amor.
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